lunes, 12 de octubre de 2009

¿VIOLENCIA INVISIBLE?


Marta tiene 38 años, una hija de 14 y una vida sentimental turbulenta. Ha tenido seis parejas y muchas otras relaciones esporádicas, entre las que figura el padre de su hija. Su vida laboral tampoco ha sido estable. ¿La causa? "Estoy en un estado de alarma permanente", dice. Pero no afrontó la raíz de esta inseguridad constante hasta que acudió a una psicóloga, hace unos años. Entonces recordó: cuando tenía cinco años, su padrastro y su hermanastro abusaron de ella. "Llevas eso escondido dentro, y no eres consciente de que te ha afectado toda la vida", se lamenta.

El de Marta no es un caso aislado, según el estudio del Programa de Atención a la Salud Sexual y Reproductiva (PASSIR). Muchas de las mujeres que solicitaban ayuda a este servicio arrastraban en su vida adulta las secuelas de los abusos que sufrieron de niñas.
Según el estudio, estas mujeres se sienten con más frecuencia presionadas para iniciar sus relaciones sexuales consentidas, son más proclives a mantener conductas de riesgo y tienen más embarazos en la adolescencia que las mujeres que no han sufrido abusos infantiles.

En sus relaciones muestran menos confianza hacia sus parejas, padecen más disfunciones sexuales y sufren más casos de maltrato. "Quien no ha sido cuidado en su infancia, más tarde tiene más dificultades para cuidarse", explica Lourdes Lopetegui, una de las autoras del estudio. Subraya, sin embargo, que esta relación no es causal ni aparece necesariamente.
Uno de los casos en que los abusos se repitieron es el de Rosario (nombre ficticio), profesora universitaria. Cuando tenía cinco años, un primo empezó a abusar de ella. Con 18, un compañero de universidad la violó. Ahora, con 33 años, teme que la relación con su marido se resienta de esos abusos. "Veo en él un reflejo de otros hombres", le mezclo "en una lucha que no va con él", dice, temerosa de "pasar de víctima a verdugo". Para evitarlo, hace poco que ha empezado a tratar con una psicóloga sus vivencias de niña.
Por eso y porque quiere "ofrecerle otro tipo de experiencia" a su hija de 10 meses. Las psicólogas también creen que, con terapia, se pueden paliar los efectos de los abusos infantiles que ellas han estudiado. "Es la violencia más oculta", explica López, que añade que esperan que su labor sirva para sacar a la luz las secuelas que puede tener el abuso sexual a largo plazo, precisamente para poder identificarlas como tales y tratarlas lo más pronto posible. Marta lo hace, y confía: "Estoy tomando las riendas de mi vida".

AUTOAGRESIONES


Brigitte Hauschild*
Los artículos que diferentes personas escribimos sobre el abuso sexual en la niñez causan muchas veces reacciones en personas sobrevivientes y nos llegan cartas, testimonios o solicitudes. Hoy quiero cumplir con una solicitud que me hizo una de estas sobrevivientes. Ella me invitó a escribir sobre las secuelas que me dejó el abuso, sobre autoagresiones como una de las expresiones más dolorosas que usamos muchas sobrevivientes.Como yo suelo escribir desde mi propia experiencia. Hoy quiero hablar de algunas condiciones que me atraparon durante mi infancia y profundizaron las secuelas. Mis autoagresiones:Mi madre se casó con mi padre a los 17 años, siendo adolescente, en contra de la voluntad de sus padres y sin ser preparada para ser esposa y madre. Aunque yo nací, cuando mi madre ya tenía 24 años, ella entonces ya tenía tres hijos, varios abortos naturales y estaba sobrecargada con el cuido de estos tres hijos en tiempos de post-guerra. Con un salario de miseria, mi padre tenía que garantizar la manutención de seis personas, que no era fácil. Además, la vida emocional de pareja entre mis padres no ha sido puras rosas. En algún momento de su vida mi madre me dijo que mi padre no aceptaba cuando ella se negó a tener relaciones sexuales con él, era “su obligación” como esposa, satisfacer sus deseos sexuales.Recuerdo la relación con mi madre muy fría, aunque de mi niñez entera no tengo muchas evocaciones. Por fin, logré reconstruir importantes piezas del rompecabezas de mi niñez durante mi proceso de recuperación emocional, tanto en una terapia individual como en “mi” grupo de apoyo mutuo, como con trabajo corporal.Ni mi mamá ni mi padre sabían educar con amor, cariño y ternura, si no llenaron nuestras necesidades físicas, es decir, nos daban de comer y nos mantenían limpios, pero nos hacía falta a cada uno de mis hermanos y a mí este trato de cariño que merecemos todos los niños del mundo: merecemos ser deseados y ser tratados con cariño y amor. Lo que conocí desde muy tierna edad eran prohibiciones, castigos y emociones poco agradables.

Nosotros, hijos/as única, como yo, sólo teníamos la tarea de obedecer, no molestar y quedarnos callados. No teníamos derecho a opinión propia y nuestros padres no nos confiaban. Yo siento que es muy cierto: “lo que uno no recibió difícilmente puede dar”. Y la respuesta que yo tengo al comportamiento de mis padres es que ellos mismos son hijos no deseados. La diferencia entre ellos y yo es que yo trabajé mi pasado y de esta forma me liberé de esta carga dolorosa y siento, que con el proceso de recuperación emocional logré romper el círculo de violencia: no sigo siendo violenta conmigo misma y sé amar, dar cariño y proteger a las que lo necesitan.No haber sido amada más el incesto (abuso sexual por parte de un familiar) que viví durante mi niñez hizo que yo “dejara de sentir” por muchos años, sin estar consciente de esto. Mi CUERPO muy difícilmente ha sentido algo: los castigos físicos no me causaron lágrimas de dolor, ni sentí enojo o rabia en mi cuerpo, sino era la CABEZA, que manejaba mis sentimientos. Lo puedo decir hoy con tanta claridad, ya que desde hace años mi cuerpo está recuperando lentamente su capacidad de sentir y esta experiencia es tan dulce, que doy gracias a la vida cada día por haber vivido el proceso doloroso de mi recuperación emocional. ¡Valía la pena! Hoy siento cada célula, cuando toco mi piel suavemente, tengo sensaciones en todo mi cuerpo y también en mis partes íntimas, que antes no conocí. Dejé de sentir en mi niñez, para no sufrir el dolor emocional y físico del abuso. A la vez, desarrollé odio hacia mí misma por ser en los ojos de mis padres una niña que no merecía su cariño y amor.Yo empecé a lastimarme durante mi adolescencia y lo hice de diferentes formas durante muchos años y las “razones” inconscientes de las autoagresiones veo hoy en la prohibición de expresar mi enojo, la falta de confianza en mis padres y otros adultos para hablar sobre lo que me estaba pasando y la profunda desesperanza de mí misma más el deseo fuerte de SENTIR ALGO y por último el deseo de CASTIGARME yo misma por ser una adolescente que no merece el amor de sus padres. Por suerte, aprendí en mi primer proceso terapéutico a no seguir lastimándome tan cruelmente. Aprendí “mecanismos” para poco a poco desaprender las autoagresiones, me ayudó mucho tener personas a mi lado que se hicieron “testigos empáticos”; por ejemplo, una de estas personas me ofreció que la puedo llamar antes de lastimarme. Aprendí hacerlo: llamarla y hablar sobre los problemas que tenía en este momento que me hicieron lastimarme hasta ver correr mi sangre. Por eso, invito a todas/os que suelen autolastimarse a buscar a una persona con la cual sienten la seguridad de ROMPER EL SILENCIO y hablar sobre lo que les está pasando, lo que sienten y el apoyo que necesitan. Los libros de Alice Miller, eran de mucha ayuda durante mi proceso de sanar.

Las autoagresiones me llevaron varias veces al borde de la muerte. Sobreviví a todo, tanto los abusos, la falta de amor y cariño de mis padres y los intentos suicidas. Quiero dar esperanza a todas aquellas y aquellos que se ven reflejados en mi experiencia, que tal vez se sienten tan desesperadas como yo estuve durante mi adolescencia y mi vida adulta: ¡hay una salida hacia un futuro feliz! Si nos permitimos enfrentar nuestro pasado, trabajar las vivencias dolorosas, ¡sí! podemos recuperarnos, sentirnos como personas enteras y completas, disfrutar en cada célula estos sentimientos dulces qué es una caricia, qué es un beso con ternura.

*Soy sobreviviente.Teléfono: 22510110

VERGUENZA,CULPA Y MIEDO.


Vergüenza, culpa y miedo. Son los tres muros que se alzan ante las mujeres que han sufrido abusos sexuales en la infancia y adolescencia cuando quieren compartir su experiencia con familiares o amigos. Sólo una de cada tres vence esos obstáculos, según un estudio elaborado por 24 psicólogas del Programa de Atención a la Salud Sexual y Reproductiva (PASSIR) que entrevistaron a 1.015 mujeres, de las que 365 habían sufrido abusos. Lourdes Lopetegui, una de las autoras del análisis, dice que la mayoría de niñas que pasan por ese calvario "se sienten responsables y temen que no se las crea o se las juzguen negativamente". Muchas tienen el recuerdo dormido: el 30% de las mujeres que en la entrevista confesó haber sufrido abusos lo contó en su día a familiares, amigos o psicólogos.


Las que optan por guardarse el secreto se sienten indefensas y callan por miedo a represalias. "Muchas veces el abusador amenaza a la víctima con actos agresivos y la avisa de que, si confiesa, puede causar problemas en la familia, como la separación de sus padres", dice Lopetegui. "Ese temor al desequilibrio familiar unido al miedo de ser consideradas responsables del abuso" amedrenta a las jóvenes.


Las víctimas prevén una reacción negativa de su familia y lo cierto es que sólo la mitad de las que reveló su experiencia recibió apoyo. Una de cada cinco fue culpabilizada del abuso y el resto recibió indiferencia. "Algunas familias lo aceptan, pero otras se convencen de que no es grave, y que es mejor olvidar", cuenta Lopetegui. El 33% de las madres de las víctimas reaccionó de esa forma.
Tres de cada cuatro víctimas menores de 13 años recurren a sus madres. Y reciben más apoyo a esa edad que en la adolescencia. "Una niña no tiene la capacidad de mentir sobre esos temas. Y la madre, aún muy ligada emocionalmente a su hija, se siente obligada a responder contundentemente", sostiene la Lopetegui.El estudio, elaborado con la colaboración del Instituto de Investigación en Atención Primaria Jordi Gol, coincide con las conclusiones de otros trabajos americanos que subrayan que la madre cree más a la hija cuando el agresor es el padre biológico o un familiar próximo -el 75% de los abusos estudiados por las psicólogas- que cuando se trata de su nueva pareja. "A una mujer que ya ha roto una relación le cuesta más aceptar el abuso en su nueva familia. Admitirlo supondría otro fracaso y por eso lo niega, es una forma de proyectar su culpa", arguye Lopetegui. Ante una confesión, la madre busca fórmulas para sentirse inocente. Por ejemplo, le cuesta más creer la acusación si está en casa durante los hechos. Su presencia la hace, en cierto modo, cómplice con el agresor y por eso prefiere cerrar los ojos.
Los amigos cobran protagonismo en la confesión de los abusos entrada la adolescencia. Las mujeres entrevistadas que explicaron su historia cumplidos los 13 años lo hicieron, en igual porcentaje, a madres que a amigos. "En la adolescencia, los abusos suelen ser más graves y las jóvenes que los sufren", apunta Lopetegui, "son consideradas a veces incitadoras". Sólo el 10% de las mujeres que reveló su experiencia escogió a psicológicos o terapeutas como confidentes. La ocultación de los hechos hace disminuir la confianza de la víctima e incrementa su culpa. "La joven sufre fuertes sentimientos negativos, no sólo hacia el agresor, sino hacia sí misma por no haber sabido defenderse".
Rescatar del olvido estas historias y atender a las víctimas de la mejor manera posible es el objetivo de las psicólogas del PASSIR. El equipo de investigación, dirigido por Sílvia López, insiste en que el abuso sexual en la infancia es "un problema social y de salud pública que tiene repercusiones en la vida y la salud física y mental de muchas mujeres a corto, medio y largo plazo". Detectarlos a tiempo y tratarlos profesionalmente, dicen, evitaría desigualdades y contribuiría a la "prevención primaria de la violencia machista".