lunes, 14 de marzo de 2011

Aún no ha muerto

Hay días, en los que siento que hace años esa niña que había dentro de mí, murió. Murió con cada uno de sus abusos, con cada uno de sus llantos en silencio, con cada una de sus miradas perdidas. Esas miradas vacías que lo decían todo y nada.

 
Por suerte o por desgracia (más bien lo segundo que lo primero) toda mi infancia fue llevada a base de mentiras, a base de engañar a los demás, lo que es peor; de engañarme a mí misma.

 
Aún cuando miro atrás en el tiempo; en aquellas fotos en las que aún mi infancia estaba limpia, veo sonrisas en aquella niña, sonrisas reales, llenas de vida y de alegría.

Me pregunto a dónde van. A dónde van aquellas infancias rotas de esa manera tan injusta.



En mi caso, la felicidad huyó del cuerpo. Ya no existían las ganas de salir a la calle a jugar, ni reír con las amigas, en cambio; aparecieron los malos modales, el no pasar tiempo con la familia, preferir estar encerrada en el dormitorio, a oscuras, siempre con la puerta cerrada y la persiana bajada.



Siempre pensé que mi pasado acabó con el espíritu de niña, para hacerla madurar de golpe, a base de males.


Ahora, justo que parece que la vida sigue, que se puede volver a sonreír sin fingir. Es cuando creo que la pequeña niña sale tímidamente de su escondite, cuando veo que me mira, soy capaz de sonreír sin sentir ese miedo, sé que puedo hacerlo con total tranquilidad, que no me dañará.

Siento, que soy una pequeña que se asoma tras sus padres, para dejarse ver, ser alagada por algún ser conocido de los padres, y se vuelve a esconder tras ellos, porque aún no tiene la confianza suficiente como para mostrarse tal cual es.

 
Me siento bien, porque sé que aún no murió, que con cada palabra cariñosa que recibo, ella va saliendo para dejarse mimar, para recibir ese cariño que no fue capaz de recibir cuando más lo necesitaba.

 
Sé que aún es pronto para decir que ha sobrevivido, pero está en proceso de ello, estoy dejando el camino atrás, de ser una victima, para convertirme en una sobreviviente.

Solo quiero recuperar a esa pequeña niña que hubo dentro de mí.

Publicado por Noelia

LA IMAGEN DEL ESPEJO

Existe un síntoma muy habitual en los supervivientes de abusos: la evasión de los espejos que se asocia con la necesidad de ser invisible, de tener una percepción distorsionada del cuerpo o no gustarse uno mismo. Nos utilizaron de manera abyecta, despiadada, como un objeto durante nuestra infancia y nos ha quedado la sensación subliminal del poco valor que tenemos para nosotros y para los demás.

Sin duda se trata de mi secuela más grave, la más severa, la que más me ha castigado durante toda mi vida y la que más daño me ha hecho: la autoestima.

Me encantan los espejos. Los colecciono de todo tipo siempre y cuando sean artísticos, como un cuadro. Su superficie reflectante me hipnotiza y como en el relato de Lewis Carroll, de niña me imaginaba otro mundo paralelo, otra vida en la que mi existencia fuese totalmente distinta.

Pero es curioso. Los miro de manera que no vea mi propia imagen reflejada en ellos. Tengo la sensación de que se rompería la magia si yo apareciese en el campo de visión. Me pasa algo parecido con las fotos y los videos. Los evito de forma compulsiva. De niña creía que si salía en la foto de grupo de la clase, esa foto coral que a todos nos hacen en el colegio, automáticamente nadie del aula querría tenerla de recuerdo. No sólo por mi imagen física, sino por el hecho de “existir”, de estar ahí.


Sé que es otra secuela, que es otro reto que debo superar, pero reconozco que hoy por hoy me es muy difícil. Y ya no hablemos del concepto que tengo de mi propio físico. Soy fea, estoy muy pálida, mi pelo es muy lacio, los años me han puesto arrugas de más, tengo una voz aguda muy desagradable, los dedos demasiado nudosos… la lista es interminable.


Sigo evitando el objetivo de una cámara de manera automática. Incluso cuando yo no soy el “objetivo principal”. Por ejemplo si estoy de viaje por una zona turística y una persona está haciendo una foto del entorno automáticamente desaparezco, pero no por cortesía, sino porque estoy convencida de que la foto se estropearía si yo apareciese en ella.

 
Lo cierto es que físicamente no me gusto. Ni siquiera un poquito. Me veo a mi misma como un adefesio. Y odio mi cuerpo. A lo más que llego cuando me arreglo es a mirarme en el espejo y decir “vale, paso por una persona normal, tal vez hoy nadie se fije en mí”.

Me parezco mucho a mi padre. Tengo rasgos y gestos iguales a él ¿cómo me voy a gustar si cada vez que me miro al espejo veo al hombre que me rompió la infancia?


Y siempre pienso que esa horrible imagen es la que todos ven. Porque la sensación de que la gente sabe, sólo con mirarme, lo que soy, lo que he hecho, me acompaña siempre. Y es una sensación horrible. Siempre ese dedo invisible, indicando que yo soy la rara, la que esta fuera de lugar, fuera de tiempo, la que está sucia y marcada.

 
Y cada vez que alguien me dice que estoy guapa, que me ve muy bien, mi Monstruo activa todas las alarmas: ¡cuidado, te está mintiendo, quiere algo, y no es bueno!

En mis años oscuros, una parte de mí, le seguía el juego a aquel que me piropeaba, sobre todo cuando el cumplido rozaba la buena educación. Mi Monstruo me animaba a seguirle porque yo no merecía más que estar con gente de dudosas intenciones. Era lo que tocaba. En mi hibernación, sin embargo, hacía todo lo posible por evitarlo con prendas poco atractivas, con más ropa de la necesaria en ciertas épocas del año y sin arreglarme prácticamente nada.

Ahora sin embargo, apago las alarmas. Sé que un comentario favorable a mi aspecto físico no implica necesariamente algo malo, sino una forma de iniciar un contacto con otras personas y ya no levanto la barrera con tanta rapidez. Pero sigo con la costumbre de vestir ropas flojas, que marquen poco mis curvas, y de hecho, no tengo ni una sola falda en mi armario. De esa forma evito los halagos. Físicamente, tengo un concepto deplorable de mi misma.

 
Y durante años, tampoco me he gustado como persona. Ni siquiera tengo aprobado el bachiller así que me considero intelectualmente una inculta. No consigo mantener los empleos por mucho tiempo por lo tanto no debo ser una persona muy responsable, o no lo era antes al menos, teniendo en cuenta que me he movido en malos ambientes mucho tiempo. Ni siquiera soy capaz de concebir cómo es posible que alguien tan espantoso como yo haya podido crear otra vida.


Hay épocas en las que me odio. Por lo tanto la visión que tengo de cómo me ven los demás no es muy buena. Siempre he tenido la sensación de que la gente en cuanto me conocía, en cuanto rascaba la superficie se asqueaba de la persona que era, porque solo daba una faz, una cara amable que se deformaba al primer signo de confianza.

 
Aun hoy soy como la luna, dando siempre la misma cara y con un lado oculto. Esa zona recóndita que los primeros investigadores, aquellos aventureros reales o imaginarios temían por su oscuridad. Pero ahora, permito pequeñas expediciones a mi interior, siempre vigilante, que no me hagan daño pero dejo, al fin, que se descubran los secretos de esa parte velada de mi vida.

 
Y he de decir que la experiencia es sobrecogedora, porque tal vez yo esté descubriendo más de mí misma de lo que creía. Y tal vez esos aventureros que se atreven a conocerme mejor me están ayudando a auto explorarme. Empiezo a reconocer que después de todo, tal vez no sea tan fea esa cara oculta.

 
De niña sufría de muchísimo acoso escolar. Así que obviamente decidí que nadie conocería a la autentica yo, aprendería los trucos indispensables para pasar desapercibida, que nadie me recordase y terminé por no reconocerme.
Por ejemplo, soy melómana. Adoro la música y además no tengo un estilo definido. Clásica, opera, rock, folk, soul, baladas, funky, pop, melódica, electrónica, banda sonora, soundtrack, rock sinfónico, disco, dance… da igual el género. Siempre hay una melodía para cada momento. Tengo metido en mi MP3 la mayoría de mi música, es mi propia banda sonora.

La he recopilado a lo largo de toda mi vida y la he ido adaptando a los nuevos soportes digitales a medida que la tecnología lo permitía.


Trabajé hace mucho tiempo como “pinchadiscos” (DJ, le dicen ahora) en un pub, pero mi música más personal nunca la he compartido. No dejaba que nadie supiera qué es lo que me gustaba, qué melodías eran mis preferidas. Hasta hace muy poco tiempo escondía mis discos, cassete, CD y demás como un tesoro, igual que mis diarios. Y si alguna vez me pedían el walkman para saber qué escuchaba entraba en un estado de estrés enorme. De repente mi Monstruo empezaba a gritarme que estaba loca por dejar que escuchasen, que el oyente se daría cuenta al instante de lo rara que era escuchando esa música tan extraña que sólo me gusta a mí…

 
Hace apenas unos meses que he empezado a compartirla por internet, al darme cuenta de que esa reacción era fruto de mis secuelas. Y he mejorado. Ya lo creo que he mejorado.

Empecé por compartir una sola canción, y por error compartí toda una lista de las que tenía “proscritas”. Ese día casi me da un síncope al darme cuenta, y cuál sería mi sorpresa cuando el amigo con el que compartía esa música me dijo que le gustaba la selección que había hecho.

Me sentí muy animada cuando me lo dijo. Ahora comparto mi música cada vez más. Y encima he recuperado melodías que no sabía dónde buscar gracias a los que comparten música conmigo.

Sospecho que esos antiguos comportamientos formaban parte del hecho de querer ser invisible, que no se notase mi presencia. Que nadie descubriese como era realmente, porque siempre creía que estaba podrida por dentro. Y por lo tanto supongo que mis gustos también eran secretos, como yo. A veces vuelve esa sensación de podredumbre, pero cada vez se separan más esos periodos y duran menos.

Es gracioso. Tengo un amigo al que aprecio que de vez en cuando me suele dar un consejo, medio en serio medio en broma, para subir mi autoestima y lo cierto es que a veces funciona:

 
“Ejercicio recetado: tres veces al día te pones de pie, te abrazas fuerte y dices en alto: Soy Némesis, estoy con Némesis, quiero a Némesis.

Si haces como si te quisieses, terminas queriéndote. Porque para ti eres el único ser imprescindible.”


Aun así, me queda mucho camino todavía. La imagen que tengo de mi misma como persona sigue siendo muy precaria. Aun tengo que trabajarla, y no digamos mi imagen corporal. Sigo, como las anoréxicas, viendo una imagen en el espejo distorsionada, monstruosa, y lo cierto es que no sé muy bien como trabajar esa parte. Pero prometo firmemente averiguarlo e intentar mejorarlo, por mí, porque me merezco ser algún día la reina de la fiesta.


"La comprensión es el primer paso para la aceptación, y sólo aceptándote puedes recuperarte."

Albus Dumbeldore en Harry Potter y el cáliz de fuego, Citando a Nathaniel Branden, psicoterapeuta canadiense.
FUENTE:
 

EL LADO OSCURO

He tardado cuarenta años en hablar con claridad de las violaciones a las que fui sometida de niña. Pero aún soy incapaz de hablar de mi vida posterior, cuando inicié la adolescencia.

Cuando estoy con mis amigos o mi familia y sale el tema de la nostalgia de aquellos tiempos de manera genérica, cuando se habla de la Movida Madrileña o de La Bola de Cristal y nos contamos las “batallitas” de aquella época, yo me limito a decir que son mis años oscuros y que no quiero hablar de ellos dando a entender, medio en serio medio en broma, que ha sido un período muy sombrío. Y lo cierto es que así fue.

A todos nos enseñan a ser responsables de nuestros actos. Desde nuestra infancia se nos enseña que toda acción tiene consecuencias. Si le quitas un juguete a tu hermano, mamá te castigará sin postre. Nos enseñan que es de buenas personas reconocer cuando hemos hecho algo mal, y que debemos arrepentirnos y reparar el daño.

Y las víctimas de abusos iniciamos el proceso de sanación reconociendo que no fuimos culpables de lo que nos ocurrió, que fuimos manipulados por nuestro agresor haciéndonos cómplices y partícipes de su degeneración. Pero yo aun no soy consciente de todas las consecuencias a posteriori de aquella agresión.

 
Estudios realizados con prostitutas han demostrado que cerca del 50% de ellas tenían a sus espaldas un historial de abusos sexuales. Entre los drogadictos graves a menudo hay personas víctimas de una experiencia anterior de incesto. Por no hablar de las mujeres maltratadas por sus parejas, que en muchas ocasiones tienen un pasado repleto de agresiones en su infancia.
En mi caso, hoy por hoy, siento más vergüenza de mi adolescencia que de mi infancia. Los recuerdos que tengo son desoladores. Recuerdo vejaciones de mis compañeros de clase, en el instituto; recuerdo salir yo sola a dar paseos larguísimos por la ciudad, con la sensación de estar desubicada, de no pertenecer a este mundo.


Una vez que mi Madrina me rescató del domicilio de mis padres de manera definitiva, cuando por fin un juez decidió darle a ella mi custodia, mi Monstruo se hizo el dueño del castillo. Porque en ese momento empezó mi proceso de autodestrucción.

Tras unos primeros meses de “convalecencia” (pues me sentía como si me recuperase de una grave enfermedad) empecé a sentir que no pertenecía a ese sitio. Que yo no me merecía a mi familia adoptiva , que yo no formaba parte de ese ambiente ni de ese nivel social.

Empecé a rechazar todo tipo de ayudas por parte de ellos. Me negué a estudiar, (en la casa de mis padres no hubiese tenido esa oportunidad), y en los trabajos en los que entraba por los meritos de mi educación con mis benefactores, nunca hice bien las cosas. No rendía, llegaba tarde o faltaba a mi puesto de trabajo, por pura irresponsabilidad. De manera inconsciente estaba dilapidando mi futuro. Y me estaba distanciando de mis padrinos de manera paulatina.

Y en las relaciones sociales fui cayendo cada vez más en ambientes poco recomendables.

He salido con chicos de todo tipo. Recuerdo a los “buenos” con cierta nostalgia, porque no sé como hubiese acabado la relación, pero sí recuerdo que siempre fui yo la que los abandonaba. Un tío tan majo no merecía a una estúpida como yo, no merecía a una pareja tan sucia.

De las “malas compañías” también guardo recuerdos. Eran tipos déspotas, maltratadores, egocéntricos, machistas, drogadictos, y por supuesto de vidas que rozaban la legalidad, incluso la traspasaban. Pequeños delincuentes, traficantes, estafadores… Mi Monstruo me animaba a seguir con ellos, pues eran lo más parecido a lo que me correspondía. Y cuando conseguía ser consciente de lo mal que me iban las cosas, me decía que era lo único que me merecía, y daba un paso más hacia el abismo.

Lo cierto es que solo quería salir, gritar, moverme, sentir… nada me llenaba. He hecho de todo, sin que nada me hiciera sentir plena, sentirme viva, era como si no tuviese suficiente adrenalina en el cuerpo para cubrir mis necesidades.

Me siento mal cuando rememoro esa época. Soy incapaz de hablar de esa etapa de mi vida, porque los recuerdos me revuelven y además me es imposible ubicarlos en un punto concreto de mi cronología. Tengo días enteros en blanco a causa de las sustancias que consumía. Y los momentos que recuerdo son poco alentadores: Buscando droga, o compañía; llorando en mi habitación, o caminando sola por la calle, como perdida.

He hecho cosas horribles. Me he aprovechado de la gente, he estafado, he robado; incluso de alguna manera me he prostituido por un poco de coca, vendiéndome a los demás de manera indigna.

 
Me he escapado varias veces de casa, la última fue toda una huida hacia delante: regresé a la vivienda de mis padres. Creía que era hora de volver al sitio que me pertenecía.

Creo que fue ahí donde cerré el círculo, y donde, por fin, pude rehacer mi vida, o lo que aún quedaba de ella. Y no precisamente porque en la casa de mis padres hubiese encontrado la paz, sino todo lo contrario.

Allí fue donde los acontecimientos se precipitaron, y después de una bronca monumental, una paliza y algo parecido a una agresión sexual, acabé sentada en una pomarada, a las dos de la madrugada, con dos mil pesetas en el bolsillo, y sin tener ni idea de donde iba a pasar el resto de mi vida ni de su duración, porque había roto con todo. Había tocado fondo.

Fui como un vehículo lanzado a toda velocidad, y cuya inercia fluyera sin control de ningún tipo, siempre a punto de descarrilar, de estrellarme contra un muro y sin manera de detenerme. Y sin tener muy claro si el arranque lo provocó los abusos o yo misma encendí el motor.

Y esa zona oscura de mi vida me ha marcado, casi tanto como mis abusos, porque salvo algunos momentos en que el sol salía entre las nubes, el resto es una tormenta negra y perturbadora de la que guardo un recuerdo horrible. Tengo imágenes muy feas que quisiera que no hubiesen ocurrido. Y tengo una vergüenza enorme a que se sepa nada de lo que hice.

Porque aún no sé si tengo derecho a excusarme en mis abusos para quitarme la responsabilidad de mis actos.

Porque me siento culpable.

Me siento culpable de no haber hablado más a menudo con mi Madrina de mis abusos. A pesar de su apoyo incondicional. Cuando volví con ella después de que todo lo de mi padre pasara.

Y me siento culpable de todo lo que hice en esa etapa que viví desde los trece hasta los veintiuno o veintidós años.

De haber estado con tíos con los que yo creía que merecía estar, solo porque sabía cómo satisfacer sus instintos más bajos.

Y de haber abandonado mi cuerpo, y dejado que hicieran de él lo que quisieran. Y de haberlo castigado consumiendo todo tipo de sustancias y con acciones de altísimo riesgo para mi vida.

Y de volver a la casa de mis padres, el lugar de mis abusos, y con mi abusador, a pesar de los consejos de mi Madrina. Me siento culpable de no escucharla, y por lo tanto soy culpable del intento de violación de mi hermano, cuando tenía ya veintiún años.

Y sobre todo, por este último error, me siento culpable de haber roto de alguna manera la confianza que mi Madrina había depositado en mí, después de todos sus sacrificios con una niña que no era nadie en su vida, y que una vez más ha defraudado a alguien.

Ahora, después de tanto tiempo, he vuelto a hablar con mi Madrina de lo que ocurrió cuando volví a la vivienda de mis padres tras años sin tocar el tema, pero siento que se ha roto algo, y no sé cómo recuperarlo. Sigo siendo culpable.

Cuando, por casualidad, encuentro a alguien de aquella época que se acuerda de mí, me bloqueo. De repente todo se derrumba, y tengo la sensación de que toda la gente que ahora me arropa, si supiera todo lo que hice, me dejaría en la estacada. Sólo pensar que alguien pueda reconocerme, me hunde.

De hecho, colgar esta entrada me supone un salto de fe. Mi Monstruo me grita en estos momentos el error que estoy cometiendo al confesar todo esto, a pesar de que apenas cuento nada, solo pinceladas. Pero es hora de espiar mis culpas. Es la hora de reconocer mi propio pasado. Abrí el blog con ese propósito, y no quiero dejar nada en el tintero.

Asumiré lo que venga con deportividad, pero reconozco que tengo miedo. Y ese miedo me ha hecho plantearme una pregunta: si ya puedo hablar de mis abusos en cierta manera, ¿Por qué no puedo hablar de los años oscuros?

Creo que la repuesta es obvia: Creo que todos los temores de mis abusos, la culpa, la vergüenza, el miedo a hablar, a que se sepa, a que me descubran, a que me rechacen, los he trasladado a los años oscuros.

Empiezo a admitir, después de cuarenta años, que yo no he sido la responsable de los abusos. Pero creo que aún no soy capaz de saber si lo que hice después, tal vez también haya sido de alguna manera responsabilidad de mi agresor. Mi Monstruo aún me acusa de los desastres de mi vida. Y creo que yo, también.

"Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir."

José Saramago (1922 – 2010) Escritor, periodista y dramaturgo portugués.
 

AFRONTANDO_PERDONANDOTE TI MISMA(O)

Muchos sobrevivientes han perdido décadas viviendo patrones auto-destructivos como mecanismos de defensa. Quizá tú has pasado años envuelto en una adicción a las drogas o al alcohol, viviendo en las calles, estando en relaciones abusivas, o haciendo cosas a ti o a otros de las que ni siquiera quieres hablar. Pero la cuestión más importante es que sobreviviste. Tú has usado cualquier recurso que tuviste para lograrlo durante tu infancia, de modo que pudiste crecer y convertirte en adulto con la oportunidad y el libre deseo de sanar. Literalmente, muchos sobrevivientes hubieran muerto de no haber sido por sus mecanismos de defensa.

Como sobrevivientes, debemos estar orgullosos de nuestra iniciativa para mantenernos con vida, sin embargo, muchos sobrevivientes en lugar de ello, se sienten terriblemente avergonzados. La verdad es, que como una persona joven traumatizada, aislada y atemorizada, tú hiciste cualquier cosa que pudiste para sobrevivir al abuso. Y una vez que creciste, continuaste con los mismos patrones de conducta porque te funcionaron (al menos de alguna manera), porque se volvieron hábitos, porque quizá todavía no tuviste otras opciones (¿quién estuvo ahí para enseñártelas?).

Lo más importante es que has crecido desde entonces. Tienes la habilidad de reexaminar tu vida. Puedes dejar de hacer cosas de las que estás avergonzado(a) y empezar el esmerado trabajo de cambiar tu conducta. Pero tienes que empezar por perdonarte a ti mismo(a) por las cosas que hiciste con la finalidad de afrontar la realidad. Sentirte avergonzado y terriblemente mal sobre ti mismo(a) te puede mantener atrapado(a) e impotente, incapaz de movilizar tu energía para hacer los cambios necesarios en tu vida.

Si, en cambio, tus mecanismos de defensa incluyen acciones que lastimaron a otras personas (golpear a tus hijos con rabia mal dirigida, abusar de un niño más pequeño cuando estabas creciendo), perdonarte a ti mismo(a) no es suficiente. Cuando has lastimado a alguien más, tú necesitas hacerte responsable por el daño, lamentar el hecho de que has lastimado a otro ser humano para asegura que esa conducta no se repetirá y hacer algunas reparaciones que sean posibles, antes de perdonarte a ti mismo.

A pesar de que estos ejercicios no están diseñados para ayudarte a llegar a un acuerdo con tu propia conducta abusiva o dañina, es esencial que busques ayuda profesional si actualmente estás dañando a otros o te preocupa que puedas hacerlo. Igualmente, también podrías necesitar ayuda profesional para lidiar con las repercusiones del daño que has causado en el pasado.

Los siguientes ejercicios te ayudarán a analizar los mecanismos de defensa de los que te sientes avergonzado(a).

Enlista los mecanismos de defensa de los que te sientes particularmente mal al respecto. Incluye cosas de tu niñez o de tu vida adulta – incidentes de una sola vez (La vez que torturé a mi gato / Cuando tenía ocho años, robé el dinero del gasto del monedero de mi abuela) o patrones de largo plazo (He estado comiendo compulsivamente desde que tenía ocho / Soy verbalmente abusiva cuando estoy enojada).

1.___________________

2. ___________________

3.___________________

… etc.

Ahora agrega a cada uno de estos mecanismos de defensa el porqué te puedes perdonar a ti mismo(a):

Ejemplo. Mecanismo de defensa: Promiscuidad

Me puedo perdonar a mi misma(o) por hacer esto porque:

• El abuso de mi padre me enseñó que mi único valor era sexual.

• Nadie me dijo jamás que yo podía decir NO.

• Ser sexual fue la única manera que yo conocía de sentirme querida. Y yo necesitaba sentirme querida a fin de sobrevivir.

Cosas en qué pensar:

• De todas las razones que he escrito para perdonarme a mí misma(o), ¿en cuál(es) realmente creo? ¿Cuál(es) me parece poco realista?

• ¿De qué mecanismos de defensa me siento avergonzada(o) todavía? ¿Por qué? ¿Qué me ayudaría a quitarme esa vergüenza?

• ¿Cómo puedo comenzar a compensar a las personas por el daño que les causé con mis mecanismos de defensa?



Espera los siguiente ejercicios acerca de LOS PROS Y LOS CONTRAS DE LAS CONDUCTAS DE DEFENSA.



Tomado de El Coraje de Sanar, libro de ejercicios de Laura Davis.