martes, 27 de julio de 2010

Un gran obstáculo: El Miedo

Elizeth J. Laguna.*

Todas tenemos una voz interior que nos dice cómo nos sentimos, cada una debe aprender a escucharla, pero en el caso de las sobrevivientes de abuso sexual esta voz es muy baja, apenas perceptible y por la mayoría ignorada. Para mí todo lo que es escuchar esta voz interior y sentir mi cuerpo es nuevo, con la ayuda de mi terapeuta y amigas sobrevivientes ahora me estoy permitiendo reconocer lo que quiero y necesito, me he dado cuenta de cuan sabio es.

Cada persona experimenta las alertas del cuerpo de manera distinta: unas veces son pesadillas, dolor de cabeza, nauseas, agotamiento, entre muchas más formas con que nuestro organismo quiere llamar la atención hacia lo que está sintiendo.

Cuando se me presenta una situación en la que tengo que tomar una decisión, dejar planteado mi punto de vista o simplemente pedir algo, siempre tengo la misma reacción: me duele la cabeza, las manos me tiemblan y se me ponen heladas, cada segundo que me aproximo al momento decisivo me pongo peor. Esto me pasa muy a menudo, de hecho no recuerdo un momento decisivo en mi vida en el que no sintiera escalofríos, aunque siempre lo considere parte de las múltiples enfermedades que me aquejaban.


Últimamente mi cuerpo ha experimentado esto más seguido y tuve que detenerme a escuchar, fue maravilloso, regalarme este momento: estar ahí sentada sintiendo y dándome cuenta que todo se reducía al miedo.

Soy una mujer llena de miedos y muchas veces me paralizan y por mis recelos a no poder hacer algo, no lo intentaba. Existe una frase que dice que el miedo está para que lo venzamos, pero había permitido que me venciera a mí. Ahora que estoy tomando mi vida en mis manos lo tengo presente viéndome a la cara y diciendo que no voy a poder, ahora que estoy decidida a sanar se me presenta más que nunca.

Es que siento que para mí ha sido más fácil esconderme tras el miedo: por miedo al rechazo era lo que todos querían que fuera, sin permitirme ser yo misma; por miedo al abandono, era yo la que lastimaba a las demás personas o me apartaba cuando sentía que se acercaban demasiado; por miedo al fracaso ni siquiera me permitía pensar en el éxito; por miedo a caerme no me levantaba; miedo a los demás, al daño que me pueden hacer y por supuesto el más grande de todos el miedo a mí misma.

Cuando era niña me enseñaron que debía ser sumisa, amable y perfecta. Por eso debía hacer todo lo que se me decía (para agradar a los demás) lo que provocó que me costara mucho decir lo que yo quería o dejar establecida mi personalidad.

Tenía una autoestima tan baja que creía que si alguien se me acercaba demasiado y me conocía realmente y sin mascaras se alejaría de mi y muchas veces antes de dar la oportunidad que me rechazaran yo me alejaba y más bien lastimaba a personas muy importantes en mi vida.

Yo me reconocí sobreviviente en mi cuarto año de la carrera de psicología y fue el peor año de mi vida, todo se desmoronó en mi interior y mi exterior, reprobé todas las clases en las me inscribí ese año, hasta que las autoridades de la universidad me sugirieron que me tomara un descanso y pensara en lo que quería hacer con mi vida. Eso fue hace dos años. Ahora sé que si soy capaz y sé lo que quiero.

No tenía el suficiente valor para volver a intentar ser la dueña de mi vida, para tomar mis propias decisiones porque sentía que volvería a fallar y que esta vez era mi última oportunidad. Mi cuerpo tan acostumbrado al miedo aun responde así ante las mismas situaciones, pero también me dice que ya no soy la misma que era hace dos años, he obtenido autoestima y fuerzas suficientes para recuperar lo que me quitaron con el abuso la capacidad de elegir, de controlar mis acciones y decisiones, defenderme y aceptar lo que cada día puede ofrecerme.

Siento que el miedo en mi proceso de sanación ha sido dañino, pero me ha enseñado lo que me hacía falta trabajar para ser una persona libre y vivir en plenitud. Lo que solo podemos lograr si nos permitimos escuchar a esta voz interna, entonces cada día esa pequeña vos se hará más fuerte y nos dirá lo que necesitamos.

Me he levantado decidida a caminar a pesar de los tropiezos que se puedan presentar, te invito a hacer lo mismo, no importa la situación en la que estés, confía en ti misma, encontraras la salida.


Por fin sentí

Liz Noguera J.*

Sábado por la noche: sentí mi cuerpo estremecerse con una caricia de su mano en mi rostro, sentí la energía de su cuerpo y el mío palpitar cuando llegó el abrazo, el beso despertó miles de alas en mi vientre, mi aliento se perdió cuando me di cuenta del cúmulo de sensaciones que estaba viviendo y de lo placentero que era todo. Después todo acabó y comenzó la batalla de mi mente por recuperar el control, empecé a ahogarme.

Domingo por la mañana: siento que el pecho me va a estallar, el corazón me duele, tengo ganas de gritar y estoy llorando, me siento muy sola. En estos momentos doy infinitas gracias por estar viva y poder sentir todo esto.

Por muchos años mi cuerpo y sentimientos fueron negados por mi mente y pensamientos, todo lo analizaba, lo entendía, lo comprendía, pero no sentía nada.

Llegué a considerar que tenía un umbral de sensibilidad alto, pero realmente era tan bajo que casi no existía. Sabía de qué manera debía sentir acerca de determinada situación y respondía a eso, por lo que la sociedad espera, no porque lo sintiera realmente.

Me disociaba en cuanto la circunstancia era más de lo que yo podía soportar, por lo que vivía disociada. Me perdí todos los momentos más importantes de mi adolescencia, desde la primera fiesta a la que asistí hasta el nacimiento de mi hija, en el cual no sentí las contracciones y no porque las doctoras no lo quisieran ya que me pusieron cuatro sueros abortivos en un día, sino porque simplemente mi cuerpo estaba sedado desde los seis años, cuando me negué a sentir el abuso. Me perdí todo lo doloroso, pero también lo placentero.

Desde hace años si yo quería enfermarme solo se lo mandaba a mi cuerpo y respondía con lo que quisiera: asma, infección en los riñones, gastritis, migrañas, entre otras. Luego descubrí que podía enfermarme “de verdad” con solo tomar pastillas para determinadas enfermedades, que yo por cierto no padecía. Todo con tal de saber en mi mente la enfermedad que padecía mi cuerpo, ya que no podía hacerle frente a lo que inconscientemente sabía.

Cuando me fue imposible seguir encubriendo lo que estaba pasando con mi cuerpo, mi mente decidió que era mejor sentir dolor físico que emocional, la primera vez que me golpee fue lo más extraño que pudiera pasarme, me pegaba en las piernas una y otra vez y era como estar de espectadora de otra persona, a la mañana siguiente cuando los morados aparecieron y sentí el dolor que estos provocaban al presionármelos, sonreí.

Así empezó mi adicción. Cuando mi realidad se convertía en algo que ya no podía soportar buscaba las maneras de evadirla: analizando, leyendo, durmiendo y al final los castigos a mi cuerpo por darme sensaciones que no debía sentir ya que yo debería estar muerta, no viva. Las autoagresiones fueron avanzando en intensidad y frecuencia, de golpearme y rascarme muy fuerte pasé a cortarme con cuchillos, quemarme, rasparme la piel. Fue creciendo mi necesidad de sentir dolor…de sentir algo, lo que fuera.

Nos pueden explicar porqué las sobrevivientes necesitamos evadir la realidad y disociarnos, ya que son mecanismos de defensa que utiliza el cerebro para reducir las consecuencias de un acontecimiento estresante y permitir a las personas un funcionamiento normal ante la sociedad. Pero lo difícil no es encontrar ese mecanismo y saber por qué y para qué inconscientemente lo tenemos, sino deshacerse de él cuando no nos deja crecer como personas.

Después de años trabajando mi proceso de sanación aun mi racionalización es muy alta, me cuesta tanto responder a lo que mi cuerpo siente que muchas veces lo paso por alto. Ha sido con la terapia de trabajo corporal que he logrado despertar mi cuerpo y tratar de sentir lo que está pasando en el momento.

Aun no tengo la clave para silenciar mi mente y escuchar solo a mi cuerpo, pero tengo la confianza de que con el tiempo lo voy a lograr. Por el momento estoy empezando a conocerlo y respetarlo.

Sentir las emociones de nuestro cuerpo es al principio muy aterrador, porque para mí ha sido vivir todo lo que nunca antes sentí y ni concebí que otra persona experimentara, desde el dolor hasta el placer, desde la impotencia hasta la libertad, el temor de dar un paso y la esperanza de poder lograr lo que yo quiero.

Puede que muchas veces no nos gusten las emociones que percibimos, pero en definitiva es lo que nos permite decir realmente que somos humanas y que vivimos. No importa lo difícil que sea el camino lo peor que podemos hacer es no caminarlo.

*Soy mailto:sobrevivienteAguasbravas_nicaragua@yahoo.com  yotecreo@gmail.com